FRANCO, por si alguno no lo sabe, es un cadáver desde hace casi treinta y seis años y está bajo una losa de un par de toneladas desde el día siguiente de haber fallecido. Que sepamos, no se ha movido ni se han detectado paseos nocturnos de su espíritu reencarnado en fantasma. Reposa en el Valle de los Caídos, que, junto a la estatua de Nuevos Ministerios que el gobierno de ZP ordenó desmantelar, es el único vestigio de su memoria en el país en el que imperó durante cuarenta años. También es, por cierto, uno de los tres monumentos más visitados del país. Estos días, coincidiendo como siempre con momentos delicados del gobierno de la Nación, éste ha vuelto a aventar el espantajo o el señuelo de sus restos con el fin de ver si alguien pica el anzuelo y deja de hablar del desastre en el que los mediocres más mediocres que jamás gobernaron España han convertido el presente y el futuro del país, creando cinco millones de parados, desmantelando el aparato productivo, consintiendo turbamultas callejeras, logrando irrelevancia internacional, conflicto entre instituciones, desmembramiento territorial y reedición de viejas heridas históricas. Fiel a su indisimulada tendencia necrófila, el ejecutivo que con tanta maña creó un muy efectivo instrumento de rencor en forma de Ley de Memoria Histórica, plantea trasladar los restos de Franco —que fue un dictador, por cierto— a otro cementerio en el que puedan esconderlo, siempre que lleguen a un acuerdo con la familia, ya que, de no ser así, podrían ser acusados de profanadores de tumbas.
A quien esto firma, personalmente, le importa muy poco lo que ocurra con el cadáver de Franco, porque lo que le importaba es lo que ocurrió mientras vivía. Sí soy de los que considero que el revanchismo pueril que trata de reescribir las lápidas en función de odio ideológico no es de recibo a estas alturas del partido. En su permanente política de cortinas de humo y en el antojo y monomanía de remover la Historia por ver si así queda como les hubiese gustado, los chicos de Rodríguez Zapatero van a apresurarse a dejar la Basílica del Valle como uno de esos Centros de Interpretación de la Nada que tanto proliferan por el país y que tanto dinero cuestan a los bolsillos ciudadanos. Bolsillos, evidentemente, que no se preocupan por dónde reposan los huesos de un hombre al que muchos ni siquiera conocieron ni sufrieron, pero que sí se agobian por las cosas que tiene que hacer un consejillo de ministros asombrosamente nostálgico del franquismo y que no hace, que es arreglar este solejar agrietado y empobrecido, este desastre sin paliativos en el que han convertido al país.
Hace algunos meses el Ministerio de Cultura desmanteló las habitaciones de Franco para que no fueran vistas por aquellos que visitan el Palacio del Pardo en un pueril intento de que no se sintiese ofendida su sensibilidad y en virtud de la mamarrachada esta de la Memoria Histórica. Un artículo de ABC denunciando esa circunstancia hizo que rectificaran a medias y que justificasen la gilipollez aduciendo que en realidad estaban sustituyendo unas ropas colgadas en las perchas «por las auténticas». Tontería de Patrimonio Nacional que no sirvió de nada. Retirando a Franco del altar de la Basílica creerán que nos hacen un gran favor y, por demás, intentarán que durante esos días no se hable de otra cosa. Vano intento. Viejo truco. Ni que intenten remover el cadáver del Cid Campeador de la Catedral de Burgos lograrán que los españoles dejen de pensar en ellos como un problema infinitamente mayor que un puñado de huesos. Terminarán consiguiendo que se les aparezca. Además.
No hay comentarios:
Publicar un comentario