La masacre del tren de Jaén del 12 de agosto de 1936 es el ejemplo perfecto de cómo funciona la "memoria histórica" selectiva del Gobierno socialista.
Como explica Santiago Mata en El tren de la muerte (La Esfera de los Libros), ninguna de las cerca de doscientas personas asesinadas ese día cerca del Pozo del Tío Raimundo figura en el listado de víctimas de la Guerra Civil dispuesto por Ángeles González- Sinde en la página web del Ministerio de Cultura. Sin embargo, sí figuran sus asesinos, porque después de la contienda buena parte de ellos fueron juzgados y fusilados por estos hechos.
Muy pocos supervivientes
Ésta es el primer gran estudio que realizan los historiadores sobre la matanza. Mata, doctor en Historia, la ha llevado a cabo además con la técnica de periodismo de investigación que prodiga en La Gaceta (del explodio del Odyssey a las clínicas abortistas), lo que convierte la obra en un apasionante reportaje que incluye entrevistas decisivas. Por ejemplo, con uno de los escasos supervivientes, Leocadio Moreno Páez, que no hablaba por extenso de lo sucedido desde que contribuyó con su testimonio al correspondiente expediente de la Causa General.
De Jaén y Adamuz se habían acumulado en los vagones 235 detenidos rumbo, se supone, a la prisión de Alcalá de Henares. Eran en su mayoría simples personas de conocidas convicciones religiosas, con el obispo de la diócesis, Manuel Basulto Jiménez (que hizo el número siete de los trece asesinados por el Frente Popular), a la cabeza. "Fascistas", en el lenguaje que usaba en la época el bando que los exterminó.
En un alto en el apeadero de Vallecas un grupo numeroso de milicianos, jaleado por varios cientos de personas de militancia socialista, comunista y anarquista, se hizo con el control del convoy, y procedió a sacar a los presos en grupos pequeños para fusilarlos, tiro de gracia incluido, en el acto.
Mata reconstruye lo sucedido casando todas las versiones, discordantes en algunos detalles, y con la información recogida personalmente in situ venciendo las trabas políticas a algunas de sus pesquisas.
Un tupido velo
A pesar de su importancia, en torno al crimen masivo del tren de la muerte, con sus 196 cuerpos ametrallados, hubo momentos de silencio, y de hecho no ha recibido la atención historiográfica que merecía -sin ser, obviamente, desconocido-. Santiago Mata recaba de varios testigos y procedimientos, y en particular de Moreno Páez, algunas razones.
Por un lado, en Vallecas se sentía que el pueblo había quedado manchado con esa matanza, pues numerosos vecinos la habían jaleado mientras sucedía. Finalizada la guerra se prefirió pasar página en la medida de lo posible.
Pero hay otra razón, por parte del bando nacional. Las circunstancias que rodeaban la formación del convoy cuestionaban la actuación de la Guardia Civil en los primeros días del Alzamiento, cuando varias guarniciones cambiaron de bando según criterios que después no era fácil explicar. Por ejemplo, algunos de los guardias civiles que defendieron heroicamente el Santuario de Santa María de la Cabeza habían formado parte de la escolta del tren de la muerte, y por tanto no habían tenido un comportamiento a la altura de lo exigido en la protección de detenidos.
Este hecho permite a Mata un repaso histórico muy interesante sobre esos vaivenes en todo el centro-sur de España, donde sublevados y no sublevados tuvieron que valorar con escasa información qué actitud adoptar ante la rebelión cívico-militar por un lado, y la revolución frentepopulista por otro.
Estamos pues, ante una verdadera aportación al conocimiento del pasado, en un punto que hasta ahora arrojaba incógnitas que en buena medida quedan resueltas. La imparcialidad de Mata en el tratamiento de las fuentes es modélica. Queda, pues, espacio para quienes quieren hacer historia objetiva, y no memoria rencorosa.
(fuente: el semanal digital )
Como explica Santiago Mata en El tren de la muerte (La Esfera de los Libros), ninguna de las cerca de doscientas personas asesinadas ese día cerca del Pozo del Tío Raimundo figura en el listado de víctimas de la Guerra Civil dispuesto por Ángeles González- Sinde en la página web del Ministerio de Cultura. Sin embargo, sí figuran sus asesinos, porque después de la contienda buena parte de ellos fueron juzgados y fusilados por estos hechos.
Muy pocos supervivientes
Ésta es el primer gran estudio que realizan los historiadores sobre la matanza. Mata, doctor en Historia, la ha llevado a cabo además con la técnica de periodismo de investigación que prodiga en La Gaceta (del explodio del Odyssey a las clínicas abortistas), lo que convierte la obra en un apasionante reportaje que incluye entrevistas decisivas. Por ejemplo, con uno de los escasos supervivientes, Leocadio Moreno Páez, que no hablaba por extenso de lo sucedido desde que contribuyó con su testimonio al correspondiente expediente de la Causa General.
De Jaén y Adamuz se habían acumulado en los vagones 235 detenidos rumbo, se supone, a la prisión de Alcalá de Henares. Eran en su mayoría simples personas de conocidas convicciones religiosas, con el obispo de la diócesis, Manuel Basulto Jiménez (que hizo el número siete de los trece asesinados por el Frente Popular), a la cabeza. "Fascistas", en el lenguaje que usaba en la época el bando que los exterminó.
En un alto en el apeadero de Vallecas un grupo numeroso de milicianos, jaleado por varios cientos de personas de militancia socialista, comunista y anarquista, se hizo con el control del convoy, y procedió a sacar a los presos en grupos pequeños para fusilarlos, tiro de gracia incluido, en el acto.
Mata reconstruye lo sucedido casando todas las versiones, discordantes en algunos detalles, y con la información recogida personalmente in situ venciendo las trabas políticas a algunas de sus pesquisas.
Un tupido velo
A pesar de su importancia, en torno al crimen masivo del tren de la muerte, con sus 196 cuerpos ametrallados, hubo momentos de silencio, y de hecho no ha recibido la atención historiográfica que merecía -sin ser, obviamente, desconocido-. Santiago Mata recaba de varios testigos y procedimientos, y en particular de Moreno Páez, algunas razones.
Por un lado, en Vallecas se sentía que el pueblo había quedado manchado con esa matanza, pues numerosos vecinos la habían jaleado mientras sucedía. Finalizada la guerra se prefirió pasar página en la medida de lo posible.
Pero hay otra razón, por parte del bando nacional. Las circunstancias que rodeaban la formación del convoy cuestionaban la actuación de la Guardia Civil en los primeros días del Alzamiento, cuando varias guarniciones cambiaron de bando según criterios que después no era fácil explicar. Por ejemplo, algunos de los guardias civiles que defendieron heroicamente el Santuario de Santa María de la Cabeza habían formado parte de la escolta del tren de la muerte, y por tanto no habían tenido un comportamiento a la altura de lo exigido en la protección de detenidos.
Este hecho permite a Mata un repaso histórico muy interesante sobre esos vaivenes en todo el centro-sur de España, donde sublevados y no sublevados tuvieron que valorar con escasa información qué actitud adoptar ante la rebelión cívico-militar por un lado, y la revolución frentepopulista por otro.
Estamos pues, ante una verdadera aportación al conocimiento del pasado, en un punto que hasta ahora arrojaba incógnitas que en buena medida quedan resueltas. La imparcialidad de Mata en el tratamiento de las fuentes es modélica. Queda, pues, espacio para quienes quieren hacer historia objetiva, y no memoria rencorosa.
(fuente: el semanal digital )
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